miércoles, 13 de abril de 2016

«¡RAJOYYY, RAJOYYY..., cuchi cuchi!»





   Yo, Efraín Antonio Campo Flores, no quiero pensar aquí en esta jaula quÉ resultará de este cacho de carne bautizada en iglesia colonial hace ya más de treinta años, despojado y arrojado a su suerte: mi sino; toda vez que la viuda –mi tía Cilia se abalanzó a los pies del nuevo Caudillo Diosdado, en hinojos, allá en Miraflores, cuando todo lo que refiero sucedió.
   Mi relato tiene asignado todos los dejes patéticos que me transmitió días después una mujer, cuya tribulación quiso hacer honrada competencia con la que aquí me tiene postrado entre insoportables barrotes en el esquisto de Manhattan a orillas del brumoso Hudson.
   Quizás haya que buscar el origen de esta tragedia en ese regusto ciclotímico que siempre poseyó y persiguió mi tío, que se balanceaba entre el histrionismo sin cuartel heredado de Chávez y la agostada media lagrimita a menudo tan efectista. Creo que por lo mastodóntico e irrefrenable del personaje Maduro se puede entender su amor por las avecillas canoras: sólo visionando una sola vez La Bella y la Bestia lo desenredaremos...


   De su amor-odio hacia la Madre Patria España sólo diré que su profunda afectación, invariablemente con focos y micros de por medio, tenía muchísmo que ver con la de aquellos que siendo conscientes de sus limitaciones y sus miserias no se atreven a reconocer la grandeza allí donde Todo tuvo su cosmogonía, o lo que es lo mismo: la negación del mulato bastardeado hacia su progenitor, por definición.
   Cuando el Embajador en Madrid –Mario Isea, recién aterrizado en Maiquetía “Simón Bolivar”, cómo no, le trajo casi en mano el mandado de un pajarillo mixto nacido allende los mares –en la Valencia española, nadie supuso entonces lo que acarrearía el efecto mariposa, y muchísimo menos lo que sería morir de aquella manera tan despiadada y estomagante, casi.
   <<¡Rajoyyy, Rajoyyy, cuchi, cuchi!>>. Le iba susurrando el Metrocanciller en su Toyota Sequoia de a 65000 imperialistas dólares, dentro aún el pardalet de la mínima jaulilla aposentada sobre sus faldas, mientras el séquito presidencial y los criminosos motorizados le allanaban Caracas.




   Lo que resta hasta lo fatal he tenido que entresacarlo casi en indicativo tiempo presente de los balbuceos de mi tía Cilia Flores, en un llamado telefónico estilo narco, por lo parco y abreviado.

   Son tres en el despacho de Miraflores: Ella, Diosdado y Nicolás. A éste le ha faltado tiempo para posar el mansito animal sobre uno sus índices, seguramente el izquierdo, claro. Y acto seguido, entre arrullos y suaves mecidas, se ha ido acercando la ternurita cantora hacia su boca: <<¡Rajoyyy, Rajoyyy, cuchi, cuchi!>>. Cuando ha iniciado de nuevo el mismo empalagoso sintagma, el mixto ha embocado raudo, nunca mejor traído, y se le ha encasquetado allá entre la tráquea y el esófago. Han sido los dos últimos minutos de sus vidas; en algún sitio estaría escrito, como que yo voy a pudrirme en un penal Yanki.
   Diosdado por lo visto lo intentó todo, iba de suyo, claro. Y hasta le oradó el pescuezo con un abrecartas con la cabeza del Libertadorrrr, en marfil, en un último y desesperado intento. Un muy etéreo plumón del pecho, del muy atinado entre canario y jilguero, posándose sobre la punta de la nariz de Cabello, fue el resultado de todo el estrépito*.

<<¡COMANDANTEEE?>>. Acertó a decir Diosdado. Me dijo mi tía.

*Asfixia Mecánica rezó en el certificado de de-función expedido por un joven galeno estudiado en la hemmana Facultad de Ciencias Médicas de Guántanamo.


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سيف


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